Tal es el caso de los video-clubs, que durante una época proliferaron como hongos. En cada esquina había uno y en algunos casos hasta dos y que, por pura lógica selvática, la selección natural hizo que solo sobrevivieran los más fuertes. Incluso llegó a haberlos (creo que de esos todavía existe alguno, por Tirso de Molina) especializados solo y exclusivamente en ‘cine-X’, el equivalente al Sex-Shop pero en virtual. Con el paso del tiempo, y el advenimiento de los nuevos soportes, los VHS fueron declinando —no digamos ya los Betamax— y con ellos la estrepitosa caída del imperio del video-club.
Tras una época de sequía (como ya no era negocio, la gran mayoría de los video-clubs desaparecieron), en la que tenías que caminar hasta otro barrio para encontrar una peli que echarte a la boca en fin de semana, aquí en Madrid surgieron media docena de video-clubs donde solo había DVDs (a nadie se le ocurrió tratar de ponerles otro nombre) que eran video-clubs para cinéfilos, y que quisieron ser la reinvención en plan chic de un tipo de negocio que hasta entonces se había caracterizado por ser bastante cochambroso, con mobiliario destartalado, estanterías de tablas pintadas a brocha y cuya única decoración consistía en tres carteles de pelis clavados con chinchetas a la pared.
Estos nuevos DVD-clubs tenían, al principio al menos, una decoración cuidada, unos sillones donde sentarte y , al mando, gente joven —verdaderos cinéfilos— que te miraban de hito en hito, levantando una ceja, cuando preguntabas las condiciones para hacerte socio, pero que era gente a los que podías preguntar sobre cualquier peli o pedir sugerencia, como a esos bibliotecarios de las películas, que han leído todos los libros que tienen en sus estanterías.
Este de la foto era de la última época de esplendor de esos video-club de DVDs que cuidaban el aspecto y la decoración. Con toda seguridad aquí podías alquilar Gritos y Susurros, y probablemente la joya de la corona sería una copia de Derzu Usala recién remasterizada, que solo se alquilaba dos veces al año.
Hice esta foto en el año 2008 por el mural tan sugerente de su fachada, una mezcla de abstración sintética de Delaunay, Constructivismo Soviético y dibujos animados de Merry Melodies, que siempre llamaba mi atención cuando pasaba por allí. Lejos estaba yo de saber que me metería a intentar documentar las fachadas de todos los comercios históricos de Madrid, que este se iba a transformar en uno de ellos, y que doce años después estaría metido de lleno en este proyecto que al cabo se transformaría en la web ‘Comercios Históricos de Madrid’, de la que ya os he hablado.
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Porque Madrid nunca más va a volver a ser como es ahora.
©2021 Luis Pita Moreno
https://comercioshistoricosdemadrid.com/el-rastro-lavapies/
Nuestro Madrid, el de verdad, dondo nadie era forastero, se esta convirtiendo, en algo impersonal, desapareciendo sus características princiosles, la educacion, la amabilidad, la sonrisa y el trato de sus gentes, claro que personas «de Madrid» , cada vez hay menos, se nace y vive en esta ciudad pero no se la ama y eso hace de «nuestra pueblo’ un lugar sin personaludad, queñ cada dia pierde mas cosas propias para cambiar por algo lmpersonal y fugaz
Lola, esperemos que ese espíritu madrileño ‘de verdad’ no desaparezca nunca.
Como dice el lema de este blog, ‘Madrid nunca más va a volver a ser como es ahora’, disfrutémoslo como es así, sin nostalgia, porque lo que sí está claro es que el pasado no va a volver.
Un abrazo y muchas gracias por su comentario.